LOS HECHIZOS.
“El hombre que mira a una mujer
con un deseo impuro, profana a esa mujer”. -ha dicho el gran Maestro-.
“Lo que se quiere con perseverancia,
se alcanza y se hace”
“Toda voluntad real, se confirma
por los actos”.
“Todo hecho, está sometido
a un juicio, y este juicio es eterno”.
Estos son dogmas y principios.
Según estos principios y estos dogmas,
el bien o mal que se desea, sea a nosotros mismos, sea a los demás, en la extensión de nuestro querer, de nuestra voluntad,
y en la esfera de nuestra acción, ocurrirá infaliblemente, sea en los demás, sea en nosotros mismos, y si confirmamos esa
voluntad, y si fijamos esa determinación, por hechos, ocurrirá aún más pronto, y con mucha más fuerza.
Los hechos, deben ser análogos a
la voluntad.
La voluntad de causar mal o de hacerse
amar, debe ser confirmada, para ser eficaz, por actos de odio o por actos de amor.
Todo lo que lleva la huella de un
alma humana, pertenece a esa alma.
Todo lo que el hombre se apropia
de cualquier modo, se convierte en su cuerpo, en la acepción más amplia de la palabra, y todo cuanto se hace al cuerpo de
un hombre, lo siente, sea mediata o inmediatamente, su alma.
Por esto es que toda acción hostil
al prójimo, es considerado, por la teología moral, como un comienzo de homicidio.
El hechizo, es pues, un homicidio, y un homicidio tanto más cobarde, cuanto
que escapa al derecho de defensa de la victima, y a la venganza de las leyes.
Afirmamos pues, sin temor, que el
hechizo existe, y vamos más lejos aún, y afirmamos que es, no solamente posible,
sino de algún modo, fatal.
Se verifica incesantemente en el
mundo social, aún sin saberlo los agentes ni los pacientes.
El hechizo involuntario, es uno de los más terribles peligros de la vida humana.
La simpatía pasional, somete necesariamente,
el más ardiente deseo, a la más fuerte voluntad.
Las enfermedades morales, son más
contagiosas que las físicas, y hay en ellas tantos éxitos, por preocupación y moda, que hasta podría compararse con la lepra
y la cólera.
Se muere de un mal conocimiento,
como de un contacto contagioso, y la horrible enfermedad que desde hace algunos siglos únicamente, en Europa, castiga la profanación
de los misterios del amor, (quizás se refiera al sida), es una revelación de las leyes análogas de la naturaleza, y nos presenta,
aún más que una imagen debilitada de las corrupciones morales, que resultan diariamente de una simpatía equivoca.
Se habla de un hombre celoso y cobarde,
que para vengarse de un rival, se infectó a si mismo, voluntariamente un mal incurable, infiltrándolo luego a los que con
el compartían el lecho.
(Quizás nos habla de nuevo del sida).
Esta historia es la de todo mago,
o mejor, de todo brujo que practica los hechizos. Se envenenan para envenenar, se condenan para torturar, aspira el infierno
para respirarle, se hiere de muerte, para hacer morir.
Pero si para eso tiene el coraje,
no es menos positivo y cierto, que envenenará y matará, por la sola proyección de su voluntad perversa.
Pueden existir amores que matan,
lo mismo que el odio, y los hechizos de la benevolencia, son la tortura de los malvados.
Las oraciones que se dirigen a Dios,
por la conversión de un hombre, llevan la desgracia a ese hombre, si el no quiere convertirse.
Hay, como ya lo hemos dicho, fatiga
y peligro, en luchar contra las corrientes fluidicas excitadas por cadenas de voluntades unidas.
Existen pues, dos clases de hechizos; el hechizo involuntario y el voluntario.
Y pueden también distinguirse; el hechizo físico, y el hechizo moral.
La fuerza atrae la fuerza; la vida
atrae la vida, la salud atrae la salud, esta ley es una ley universal de la naturaleza.
Si dos niños viven juntos, y sobre
todo, se acuestan juntos, y de ellos son, el uno fuerte y el otro débil, el fuerte absorberá al débil, y este perecerá. Por
esta sola causa, es importante que los niños se acuesten solos.
En los colegios, ciertos alumnos
absorben la inteligencia de sus condiscípulos, y en todo círculo de hombres,
pronto se encuentra un individuo, que se apodera de la voluntad de los demás.
El hechizo, por corrientes, es una
cosa muy común, como ya se advirtió. Se siente uno impulsado por la muchedumbre en lo moral, como en lo físico.
Pero lo que vamos a hacer constar
en este capítulo, es el poder casi absoluto, de la voluntad humana, sobre la determinación de sus actos, y la influencia de
toda demostración exterior de una voluntad, sobre las cosas externas.
Los hechizos voluntarios, son todavía frecuentes en nuestros días, porque las
fuerzas naturales, entre personas que no saben mucho y que son solitarias, obran sin ser debilitadas por ninguna duda, o por
ninguna diversión.
Un odio franco, absoluto, y sin ninguna
mezcla de pasión rechazada, o de concuspiciencia personal, es un decreto de muerte, para aquel que es objeto de el, en ciertas
y determinadas condiciones. Digo sin mezcla de pasión amorosa o de concuspiciencia, porque un deseo, siendo una pasión, contra
balancea, y anula el poder de proyección. Así por ejemplo, un celoso no hechizará jamás a su rival, y un heredero concupiscente,
no abreviará, por el solo hecho de su voluntad, los días de un tío avaro y vivaz.
LOS HECHIZOS ensayados en estas condiciones, caen sobre aquel que los opera,
y son más bien saludables que nocivos, para la persona que es objeto de ellos.
El hechizo, no es más que tomar, por decirlo así, y envolver a alguien, en un voto, en una voluntad, formulada y afirmada
por un acto.
El instrumento de los hechizos,
no es otro más que el gran agente mágico universal, que bajo una voluntad perversa,
se convierte real y positivamente, en el mismo demonio.
EL MALEFICIO, propiamente dicho, es decir, la operación fundamental ceremonial
para el hechizo, no obra más que sobre el operador, y sirve para fijar y confirmar su voluntad, formulándola con perseverancia
y esfuerzo, condiciones ambas, que hacen la voluntad eficaz.
Cuanto más difícil u horrible es
la operación, más eficaz resulta, porque obra con mayor fuerza sobre la imaginación, y confirma el esfuerzo en razón directa
con la resistencia.
Esto es lo que explica la bizarría
y las atrocidades de las operaciones de la magia negra, entre los antiguos, y la edad media; las misas del Diablo, los sacramentos
administrados a reptiles, las efusiones de sangre, los sacrificios humanos, y otras monstruosidades, que son la esencia misma
y la realidad de la GOECÍA y la nigromancia.
Son semejantes prácticas, las que
han atraído sobre los brujos en todos los tiempos, la justa represión de las leyes.
La magia negra, no es realmente,
más que una combinación de sacrilegios y de crímenes graduados, para pervertir para siempre, una voluntad humana, y realizar
en un hombre vivo, el fantasma repugnante del demonio. Es, prácticamente hablando,
la religión del demonio.
El culto a las tinieblas, es el odio
hacía el bien, llevado al paroxismo; es la encarnación de la muerte y de la creación permanente del infierno.
Puede morirse por amor de ciertos
seres, como puede morirse por su odio; existen pasiones absorbentes, bajo cuya inspiración, se siente uno desfallecer, como
las prometidas de los vampiros.
No son únicamente los malvados, los
que atormentan a los buenos, sino que es a su vez los buenos, quienes atormentan
a los malvados. La dulzura de Adán, era un amplio y penoso hechizo, debido a la ferocidad de Caín.
El odio al bien, entre los malvados,
procede del mismo instinto de conservación. Por otra parte, estos niegan, que lo que los atormenta sea el bien, y se esfuerzan
por mostrarse tranquilos, desafiando y justificando el mal.
Abel, ante Caín, era un hipócrita
y un cobarde que deshonraba a la fiereza humana, por sus escandalosas sumisiones a la Divinidad. ¡Cuánto no ha debido sufrir
el primero de los asesinos, antes de proceder!
La antipatía, no es otra cosa, que
el presentimiento de un probable hechizo, que muy bien podría ser de amor, que de odio, porque se ve con frecuencia, suceder
al amor, la antipatía.
La
luz astral nos advierte acerca de influencias venideras, por medio de una acción ejercida sobre el sistema nervioso, más o
menos sensible, y más o menos viva.
Las simpatías instantáneas, los amores
fulminantes, son explosiones de luz astral, motivadas tan exactamente, y no menos matemáticamente explicadas y demostrables,
que las descargas eléctricas de fuertes y poderosas baterías.
Puede verse por todas partes, cuantos
y cuan graves son los peligros que amenazan al profano, que juega sin cesar con fuego, sobre pólvoras que no ve.
Nos hallamos saturados de luz astral,
y la aprovechamos sin cesar para dar lugar a nuevas impresiones, o impregnaciones.
Los aparatos nerviosos destinados,
sea para la proyección, sea para la atracción, tienen particular asiento en los ojos y en las manos.
La polaridad de estos, reside en
el fulgor, y es por esto, por lo que siguiendo la tradición mágica conservada aún en nuestros campos, cuando uno se halla
en compañía sospechosa, se coloca el dedo pulgar replegado y oculto en la palma de la mano, evitando fijarse en nadie, pero
tratando, sin embargo, de evitar las proyecciones fluidicas inesperadas, y las miradas fascinadoras.
Existen también animales, cuya propiedad
no es otra, que la de romper las corrientes de luz astral por una absorción que les es particular. Estos animales nos son
violentos y soberanamente antipáticos, y tienen en su mirada, algo que fascina; cono el sapo y el basilistico. Estos animales,
domesticados y llevados vivos o guardados en las habitaciones en que vivimos,
garantizan de las alucinaciones y de las ilusiones de la embriaguez astral.
La embriaguez astral, palabra que
aquí escribimos por primea vez, y explica todos los fenómenos de las pasiones furiosas, de las exaltaciones mentales y de
locura.
Se cura también el hechizo, por la
substitución, cuando ella es posible, y por la ruptura o cambio de la corriente astral. Las tradiciones del campo, sobre este
punto, son admirables y proceden de épocas remotas; son restos de la enseñanza de los druidas, quienes habían sido iniciados
en los misterios de la India y Egipto, por hierofantes viajeros.
Se sabe pues, en magia vulgar, que
un hechizo, es decir, una voluntad determinada y confirmada por un hecho para causar mal, obtiene siempre su efecto, y que
no puede retractarse, sin peligro de muerte.
Pero también se sabe, que el brujo
que causa a una persona un maleficio, debe de tener otro objeto que su benevolencia, porque sabe ciertamente, que será finalmente
alcanzado también por el hechizo, y perecerá victima de su propio maleficio.
Siendo circular, el movimiento astral,
toda emisión azoica (del Azoe), o magnética, que no encuentra a su médium, retorna con fuerza a su punto de partida.
Así es como se explica una de las
más extrañas historias del libro sagrado, la de la historia de los demonios enviados a los puercos, que se precipitaron por
el abismo al mar. Esta obra de alta iniciación, no fue otra cosa, que la ruptura
de una corriente magnética, infestada por malvadas voluntades. “Yo me llamo
legión, -decía la voz instintiva del paciente-, porque nosotros somos muchos”
Las obsesiones del demonio, no son
otra cosa, más que hechizos, y existen en nuestros días, una numerosa cantidad de poseídos.
El hermano Hilarión, -un santo religioso
que está dedicado al servicio de los alienados- atribuye a los desordenes de
la voluntad o a la influencia perversa de las voluntades extrañas, todos los
males, y aconseja que se trate a todos los criminales como enfermos, en vez de exasperarlos y hacerlos incurables, so pretexto
de castigarlos.
El método de los hechizos ceremoniales,
varía según los tiempos y las personas, y todos los hombres artificiosos y dominadores, encuentran en si mismo, los secretos
y las practicas, sin calcular precisamente, ni razonar los resultados. Siguen en esto, las inspiraciones intituivas del gran
agente, que e asimila maravillosamente, como ya lo hemos dicho, a nuestros vicios y a nuestras virtudes; pero puede decirse,
en general, que estamos sometidos a las voluntades de los demás, por las analogías de nuestras inclinaciones, y sobre todo,
de nuestros defectos.
Acariciar las debilidades de una
individualidad, es apoderarse de ella, y convertirse en un instrumento, en el orden de los mismos errores, o de las mismas
depravaciones.
Ahora bien, cuando dos naturalezas
analógicas en defectos, se subordinan, la una de la otra, se opera una especie de substitución de un Espíritu, y quisiera
rebelarse, pero después cae más bajo que nunca en la servidumbre.
Todos tenemos un defecto dominante
en nuestra alma, como el ombligo de su nacimiento pecador, y es por ahí, por donde el enemigo puede siempre apoderarse de
nosotros; la vanidad en los unos, la pereza en los otros, y el egoísmo en casi todos. Que un espíritu astuto y malvado se
apodere de este resorte, y estaremos perdidos; entonces se convierte uno, no en un loco, no en un idiota, sino en un alienado
en toda la fuerza de esa expresión, es decir, en un ser sometido a una impulsión extraña. En este estado, se siente un horror
intituivo, por todo aquello que pudiera devolvernos la razón, y ni aún siquiera, se quiere escuchar las representaciones contrarias
a nuestra demencia. Es una de las enfermedades más peligrosas que puede afectar a la moral humana. El único remedio aplicable
a esta suerte de hechizo, es el de apoderarse de la misma locura para curarla, y hacer encontrar al enfermo, a aquel que se
ha perdido.
Así, por ejemplo, curar a un ambicioso,
haciéndole desear las glorias del cielo, remedio místico; curar a un malvado por medio de un amor verídico, remedio natural;
procurar a un vanidoso, éxitos honrados, mostrar desinterés a los avaros, y procurarles un justo beneficio, por una participación
honrada en empresas generosas. Etc. Etc.
Obrando de este modo sobre la moral,
se conseguirá sanar a un gran numero de enfermedades físicas, porque la MORAL INFLUYE SOBRE LO FÍSICO, en virtud del axioma
mágico: “LO QUE ESTÁ ENCIMA, ES COMO LO QUE ESTA DEBAJO”. Por esto es por lo que el maestro decía, hablando de
una mujer paralitica: “SATÁN LA HA LIGADO”
Una enfermedad, proviene de un defecto
o de un exceso, y siempre se hallará en el origen de un mal físico, o desorden moral, o en un exceso, esta es una ley invariable
de la naturaleza.