LAS TRASMUTACIONES.
San Agustín, duda seriamente, que
Apolonio haya podido ser cambiado en asno, por un hechicero de Tesalia.
Los teólogos han disertado ampliamente,
sobre la transmutación de Nabucodonosor, en bestia salvaje. Esto prueba sencillamente, que el elocuente doctor de Hipona,
ignoraba los arcanos mágicos, y que los teólogos en cuestión, no estaban muy avanzados en exégesis.
Vamos a examinar en este capitulo,
maravillas increíbles, desde otro punto de vista, e incontestables sin embargo. Hablo de la LICANTROPÍA, o de la trasformación
nocturna de los hombres en lobos, tan celebres en las veladas de nuestros campesinos, por la historia de lobos. Historias
tan bien compuestas, que para explicarlas, la ciencia incrédula, ha recurrido a locuras furiosas y a destronamientos de animales.
Pero semejantes hipótesis, son pueriles y nada explican. Busquemos pues, por otra parte, el secreto de los fenómenos observados
por este motivo, y comprendamos:
1.- Que nunca ha sido muerto nadie, por un lobo-hombre. Si no ha sido por
sofocación, sin fusión de sangre y sin heridas.
2.- Que los lobos-hombres cercados, perseguidos, y aún heridos, no han sido
jamás muertos sobre el terreno.
3.- Que las personas sospechosas de estas trasformaciones, han sido siempre
hallados en sus casas, después de la cacería al lobo-hombre, mas o menos heridas algunas veces, moribundas otras, pero siempre
en su forma natural de humanos.
Ahora comprendamos fenómenos de otro
orden.
Nada en el mundo, está más y mejor
atestiguado, ni más incontestablemente probado, que la presencia real y visible, del padre ALFONSO DE LIBORIO, cerca del Papa
agonizante, mientras que el mismo personaje, era observado en su casa a una gran distancia de Roma, en oración y en éxtasis.
La presencia simultanea del misionero
Francisco Javier, en muchos sitios a la vez, no ha sido rigurosamente comprobada. Se dirá que estos son milagros, nosotros
respondemos, que los milagros, cuando son reales, constituyen pura y simplemente para la ciencia, fenómenos.
Las apariciones de las personas que
nos son queridas, coincidiendo con el momento de su muerte, son fenómenos del mismo orden, atribuidos a la
misma causa.
Ya hemos hablado del cuerpo sideral,
y dicho, que es el intermediario entre el alma y el cuerpo físico o material. Ese cuerpo permanece, generalmente, despierto,
en tanto que el otro dormita, y se trasporta con nuestro pensamiento, en todo el espacio que abre ante el, la imaginación
universal.
De este modo, alarga, sin romperla,
la cadena simpática que le detiene a nuestro corazón y a nuestros pensamientos, y modifica a la larga, los rasgos del cuerpo
material.
En efecto, una conmoción demasiada
fuerte, puede romper de golpe esa cadena, y ocasionar súbitamente la muerte.
La forma de nuestro cuerpo sideral,
esta conforme con el estado habitual de nuestros pensamientos, y modifica a la larga, los rasgos del cuerpo material. Por
esto es que SWEDENBORG, en sus intuiciones sonambulitas, veía con frecuencia,
espíritus en forma de diversos animales.
Osemos decir ahora, que un hombre
lobo, no es otra cosa, que el cuerpo sideral de un hombre de quien el lobo representa los instintos salvajes y sanguinarios,
y que, mientras su fantasma se pasea así por las campiñas,
El duerme penosamente en su lecho,
y sueña que es un verdadero lobo.
Lo que hace al lobo-hombre, visible,
es la sobre excitación casi sonambulica,
Causada por el espanto de aquellos
que le ven, o la disposición más particular, en las personas sencillas del campo, de ponerse en comunicación directa con la
luz astral, que es el medio común de las visiones y de los sueños.
Es a estos fenómenos y a las leyes
ocultas que los producen, a quien hay que cargar en cuenta, los efectos de los hechizos, de los que hablaremos más delante.
Las obsesiones diabólicas y la mayoría
de las enfermedades nerviosas que afectan a los cerebros, son heridas inflingidas al aparato nervioso, por la luz astral pervertida,
es decir, absorbida o proyectada en proporciones anormales. Todas las tensiones
extraordinarias y extranaturales de la voluntad, disponen a las obsesiones y a las enfermedades nerviosas.
El celibato forzoso, el ascetismo,
el odio, la ambición, el amor rechazado, son otros tantos principios, generadores de formas y de influencias infernales.
Paracelso dice, que la sangre de
la regla de las mujeres, engendra fantasmas en el aire. Los conventos, desde ese punto de vista, serían un semillero de pesadillas,
y se podrían comparar los diablos, a esas cabezas de la hidra, que renacieron sin fin, y se multiplicaban, por la sangre de
sus heridas.
Obramos con nuestra imaginación,
sobre la imaginación de los otros, por nuestro cuerpo sideral, sobre el suyo, y por nuestros órganos sobre sus órganos. De
modo que, por la simpatía, sea de atracción, sea de obsesión, nos poseemos los unos a los otros, y nos identificamos con aquellos
sobre quienes queremos obrar. Son las reacciones contra ese dominio, las que hacen suceder con frecuencia, a las más vivas
simpatías, o a las más pronunciadas antipatías.
El amor tiene la tendencia de identificar
a los seres; ahora bien, al identificarlo, lo hace a menudo, rivales, y por consecuencia enemigos.
Si el fondo de ambas naturalezas
fuera de una disposición insociable, como lo sería por ejemplo, el orgullo, saturar igualmente de orgullo a dos almas unidas,
es desunirlas, entonces las haría rivales.
El antagonismo es el resultado necesario
de la pluralidad de los Dioses.
Cuando soñamos con una persona viva,
es, o su cuerpo sideral el que se presenta al nuestro en la luz astral, o por lo menos el reflejo de ese mismo cuerpo, y la
forma en que nos sentimos impresionados por su encuentro, nos revela, con frecuencia, las disposiciones secretas de esa persona
a nuestro respecto.
El amor, por ejemplo, modela el cuerpo
sideral del uno, a imagen y semejanza del otro, de modo que el médium anímico de la mujer, es como el de un hombre, y el del
hombre como el de una mujer. Los cabalistas manifiestan este cambio de una manera oculta, cuando dicen, al explicar un pasaje
oscuro del Génesis: “Dios ha creado al amor, metiendo una costilla de Adán, en el pecho de la mujer, y la carne de Eva,
en el pecho de Adán, de modo que el fondo del corazón de la mujer, es un hueso de hombre, y el fondo del corazón del hombre,
es de carne de mujer”.